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La vida que brota



Noelia vive en Mariló con su familia y participa de los programas de Estimulación Temprana y Salud Mental. Nos comparte su historia y cómo el vínculo con la Fundación fue transformando su vida y la de su familia.


Jugar a las escondidas, cuidar los tomates, subirse a la hamaca. El patio de atrás de la casa de Noelia en Mariló es el espacio favorito de la familia. Un cuadradito de pasto, un poco de sol de la mañana, un buen lugar para dar vueltas en bicicleta.

Para Alexia, de dos años, es un mundo de posibilidades a explorar: meter las manos en la tierra, andar con su triciclo, jugar con la pelota de goma, hamacar a sus muñecos.

Para Fabricio, de diez, un lugar para armar rompecabezas, usar el celular su “rato permitido”, jugar al fútbol.

Para ella, un lugar para tomar mate y disfrutar de su huerta que está llena de plantas aromáticas.


Las mañanas los encuentran compartiendo leche con pan casero o chipá en el patio. Ambas especialidades que cocina ella y que también sale a vender.

Los domingos, se suman Miguel (su pareja y papá de los chicos) y su hija Gianina que va de visita.


En invierno, el ritual del patio se repite con bufandas y gorritos de lana. La estadía es más corta pero infaltable. “Tenemos una familia buena. No es todo de color de rosas pero nos llevamos bien”, cuenta.



Contar para sanar


Noelia llegó a la fundación recomendada por una vecina. En ese entonces, Fabricio estaba arrancando la escuela y no quería leer ni escribir y tenía dificultades para vincularse con otros. “En la fundación lo ayudaron mucho en matemáticas, lenguaje. Está más tranquilo, cambió mucho. Empezó sociabilizar con otras personas, con los compañeritos, a tener más afinidad con las maestras”, explica.


En el tiempo de espera de su hijo y compartiendo con otras mamás, se enteró del grupo de mujeres.


Recuerda que se sumó al grupo para poder ayudar a su marido que estaba con muchos problemas personales, para ver cómo mejorar el vínculo con su hija mayor, preocupada porque a su hijo le estaba yendo mal en la escuela. Al llegar, alguien le preguntó: “¿y vos cómo estás?”


El grupo de mujeres, coordinado por Felicitas Jordán-encargada del programa Psicología- se transformó en un espacio sagrado para compartir su vida. Ser escuchada y escuchar las historias de otras mujeres le ayudó a abrirse a confiar, ver la posibilidad en la oscuridad. Y también llevarse herramientas para poder ir elaborando sus duelos: respirar, poner palabras, pedir ayuda, hacer las cosas que le hacen bien.


La empatía de otras mujeres, sus palabras y consejos, la ayudaron a abrir su historia: había un grupo sosteniendo. No sólo en esa hora y media sino también después. Con un whatsapp alentador, mates en su casa o en lo de alguna otra de las chicas. El grupo la habilitó a poder compartir las situaciones duras de su vida, la violencia, el dolor, los momentos de soledad vividos cuando quedó embarazada de Gianina a los diecinueve años y la separación posterior. “Contar para sanar”, dice.


Este último año y para seguir profundizando, decidió iniciar un proceso de terapia individual en el marco del programa Psicología de la fundación. “En terapia pude ir sanando partecitas de mi vida”, relata.


Noelia nació en Altos, Paraguay y llegó al país con sus tíos-sus padres del corazón- a sus diez años.


Recuerda a su mamá despidiéndola y repitiéndole que estudie “para que llegara a ser alguien en la vida el día de mañana”.


Este año, alentada por su familia, amigas y psicóloga, viajó a Paraguay junto a su hija Gianina.

Abrazó a sus padres, caminó las calles del pueblo de su infancia, dejó caer algunas lágrimas. Su hija pudo conocer a sus tíos y a su abuelo.


La vuelta a terapia fue con el corazón desbordado de alegría y nostalgia. Con ganas de seguir desandando el camino de su vida.


Para Noelia, tanto el grupo como la terapia individual son lugares en los que siente que puede ser ella misma, dejar caer las máscaras, hablar de temas que en la rutina no encuentran lugar.


Maternidad: tiempo sagrado


Ser mamá de Alexia a los treinta y cinco años le significó una nueva etapa a ser afrontada.

“Venimos a Estimulación Temprana desde que Alexia tiene dos días de vida. Es un espacio en el que estamos solo ella y yo. Aprendo cómo conectarme con ella desde el amamantarla, jugar, ir ayudandola a crecer. Hay una conexión inexplicable entre ella y yo”, relata.


Noelia cuenta que en Estimulación aprenden sobre cómo alimentarlos bien, la importancia de la leche materna para la nutrición y para el vínculo, cómo ir poniendo límites, cómo hacerles masajes para relajarlos y aliviarlos.


Este espacio también le regaló “amigas madres” con las que compartir dudas, mujeres que la escuchan, la apoyan, están al tanto de si Alexia tiene fiebre, si fue al pediatra, si ella necesita una mano con algo. Y en la complejidad de la maternidad, Noelia cuenta que están unidas, se dan ánímo y se sienten muy acompañadas.


A Noelia le preocupan la educación de sus hijos, la droga que circula tanto y tan fácil, la falta de trabajo y motivaciones. Y en medio de sus miedos y preocupaciones, sueña que sus hijos sean personas de bien, que Fabri concrete su sueño de ser maestro de música, que Alexia nunca deje de pintar y que su familia permanezca unida.



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